Una leyenda que se remonta al siglo VI de nuestra era parece ser el origen del JUDO. En ella se cuenta la historia de un anciano médico japonés que solía entregarse a la meditación en invierno, paseando por el campo. Así, observó que las gruesas ramas de los árboles que le rodeaban solían quebrarse bajo el peso exagerado de la nieve acumulada sobre ellos, mientras que las ramas más delgadas y, por tanto, más flexibles, se doblaban bajo el peso de la nieve, se descargaban así de ésta y volvían a recobrar su posición normal, como si tal cosa.
Los dos principios fundamentales sobre los cuales se apoya el Judo, son: el equilibrio y la no resistencia.
Cualquiera que sea el ángulo desde el cual se observe el Judo, o sea: arte, entrenamiento físico, mental o espiritual, predomina en él el principio del equilibrio de los factores opuestos. Es lo mismo que ocurre, en realidad, en todas las cosas del Universo.
La marcha consiste en una sucesión de equilibrios perdidos y reencontrados, o mejor dicho, recobrados, sin los cuales la progresión no sería posible. Análogamente, en el Judo es necesario correr el riesgo de perder nuestro equilibrio para poder llegar a la victoria. Mediante una educación especial de todo nuestro ser físico y mental, el Judo nos procura el medio de conocer cuáles son estos instantes en que el cuerpo de un hombre se encuentra en estado crítico de ruptura de equilibrio.
El entrenamiento de este arte permite, cada vez más y con mayor claridad, darse cuenta de estas rupturas de equilibrio y, al mismo tiempo, desarrollar el arte de provocarlas en momento oportuno.
Para ello se recurre a la no resistencia, que permite llevar en su empuje, al adversario, más allá de donde él hubiera querido ir.
En efecto: empujar fuertemente una puerta que creemos cerrada, sin que lo estuviera realmente. Bajo nuestro empuje la puerta cederá y nuestro ímpetu nos llevará casi a perder el equilibrio, debido a que la energía que empleamos fue excesiva ante una cosa que no nos ofreció resistencia.
En el Judo ocurren las cosas de un modo semejante. Precisa, pues, presentar una ABERTURA a la fuerza del adversario, o sea abrirle un camino, a fin de que, allí donde él creía hallar una resistencia, no la encuentre, y se vea arrastrado por su propio ímpetu.
El Judo es un deporte que puede ser considerado como un arte y como una filosofía. Su práctica estimula, a la vez, las facultades físicas y las mentales.
Puede ser definido, también, como el arte de combatir sin armas y de hacer que el débil pueda vencer al fuerte. Su estudio no puede, pues, ser abordado a la ligera.
La palabra JUDO se compone de otros dos términos JU, que significa principio de la suavidad y de la amabilidad, y DO, que significa la vía, el camino. Así, se considera que el JUDO es el camino de la suavidad.
De acuerdo con esto, el mejor medio para vencer es no oponer resistencia a la fuerza, sino, al contrario, someterse a ella aparentemente, para adaptarse a su movimiento, desviarla de su objetivo y utilizarla, incluso, en propio provecho.
Si un hombre muy vigoroso nos empuja y tratamos de resistirlo, es él quien lleva las de ganar, puesto que cuando dos fuerzas contrarias se oponen, la mayor de las dos vence a la otra. Por el contrario: no ofrezcamos resistencia, cedamos. En este caso el vigoroso será arrastrado por su ímpetu y perderá el equilibrio. En tal momento, tiremos de él en el sentido de su esfuerzo y entonces se verá proyectado con una fuerza proporcional a su empuje y a la rapidez que había dado a su movimiento.
Esta disciplina marcial nos enseña a utilizar hasta el máximo, y para el empleo más eficaz, toda nuestra energía mental y física. Para lograrlo, la práctica nos pondrá de manifiesto que en el mismo instante es necesario concentrarlas ambas hacia un mismo y único objetivo.
Este principio no es válido únicamente para el Judo, sino para muchas circunstancias de la vida.
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